miércoles, 11 de julio de 2012

Ellas, mi vida entera.



 Llegas a la estación con la hora justa y solo las ves a ellas en el andén. Comienza lo bueno. Subes rumbo al mar, a la arena, a noches de desenfreno. El tren llega a su destino, bajas y subes calles, perdida, sin saber donde ir, que hacer. Con ellas. 
Dos habitaciones, dos camas y cinco chicas para compartirlas. Y empiezan las noches surrealistas, de alcohol, tacones, rodeadas del olor a mar. Empiezan las risas, las miradas de complicidad, los juegos. 
Estos días con ellas han hecho posible que consiga olvidarme de todo y dedicar todo mi tiempo a quererlas un poquito más y aprovechar cada segundo más intensamente. Pero ahora empiezo a echarlo de menos y recordar los minutos tiradas en la cama esperando a que llegaran las ganas de levantarnos y arrastrarnos hasta el mar. Las risas tumbadas cuando recordábamos la noche anterior. A nuestra compañera de piso y las carcajadas de la última noche. Las antiguas calles y largas avenidas de Alicante en las que perdíamos las horas planeando el asalto al mundo para la noche siguiente. Tacones en mano y paseos de madrugada por la orilla del mar, intentonas de socorristas y masajes de arena para que desapareciera el blanco nuclear.
Siempre con ganas, siempre sin frenos.





Desde el sofá más cómodo del mundo para las siete chicas más importantes de mi vida.
~M.

No hay comentarios:

Publicar un comentario